La paradoja de Fermi explicada
El 24 de junio de 1947 se abría una nueva era dentro del mundo del misterio, y seguramente, también para la propia Humanidad. Tal vez ese día no haya quedado tan marcado para muchos, pero si concretamos que fue la fecha en la que el piloto Kenneth Arnold avistó unas luces brillantes que se movían a una velocidad imposible sobre el monte Reiner, tal vez ya empiecen a entender la importancia de dicho evento. Aquel avistamiento ocupó portadas en todo el mundo, y fue el primero en recibir una gran cobertura mediática tras la Segunda Guerra Mundial. De hecho, para la mayoría de expertos, es el suceso que da comienzo al fenómeno ufológico tal y como lo conocemos actualmente. Han sido décadas de estudio y análisis, de nuevos avistamientos, pero seguimos sin tener la verdad absoluta sobre lo que está ahí fuera, como dirían en la mítica serie Expediente X.
La necesidad de encontrar pruebas fehacientes de que no estamos solos en el universo se remonta a mucho antes de aquel avistamiento de Arnold. De hecho, prácticamente todas las civilizaciones han mirado al cielo en busca de respuestas, y a veces las encontraban en forma de dioses o seres sagrados, mientras que en otras ocasiones, la necesidad de que hubiera civilizaciones avanzadas como la nuestra capaces de visitarnos y entablar una relación con nosotros ha obsesionado tanto a amantes del misterio como a novelistas, guionistas y gente relacionada con el arte. La ciencia ficción ha tratado el tema en numerosas ocasiones, desde la famosa La Guerra de los Mundos de H.G. Wells hasta la propia Avatar, de James Cameron, donde nosotros seríamos el invasor. Sin embargo, en el mundo real todavía no hay una sola prueba definitiva para saber si tenemos compañía en la galaxia, algo que muchos dan por probado simplemente por pura estadística, y otros les replican que para eso está ahí la Paradoja de Fermi.